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Werner Arber: "Ahora me gustaría implicarme en política" Por Silvia Churruca
Sumamente
elegante, encantador y con un gran repertorio de conocimientos y
opiniones interesantes que le gustaría compartir con la sociedad.
Así es Werner Arber, premio Nobel de Medicina en 1978. En la era del
predominio norteamericano en la ciencia, él triunfó desde su Suiza
natal. Aunque es protestante, forma parte de la Academia Pontificia
de Ciencias del Vaticano. Considera que fe y ciencia son compatibles,
porque la espiritualidad aborda lo que nunca podrá explicarse en el
laboratorio.
-Cuando iba a la escuela tuve la idea
de estudiar Teología, pero luego cambié porque me sentí atraído por
conocer los fundamentos de la vida desde el punto de vista
científico. A mi edad ya me he dado cuenta de que puedo combinar
ambos aspectos sin perderme nada. Tenemos grandes contribuciones que
hacer para el entendimiento de la vida, pero sigue habiendo aspectos
inexplicables, como la espiritualidad, para la que la ciencia no
tiene explicación.
-Es difícil hacer predicciones. Ahora
hay avances en genética que antes eran impensables y que nos ayudan
a entender el proceso de la vida. A mí me impresiona, por ejemplo,
cómo se ha avanzado desde el punto de vista de la biología en el
conocimiento del desarrollo molecular.
-Creo que fue en 1981 cuando me
eligieron. En total hay ochenta académicos y el puesto es vitalicio.
Por eso es un gran privilegio. Pero es interesante resaltar que para
ser académico no hay que ser católico. Depende de la calidad
científica y hay representantes de otras religiones -yo soy
protestante- sin ningún tipo de discriminación. Incluso hay mujeres
(risas). Luego me enteré de que antes de elegirte te investigan. -Parece ser. ¿Qué opina sobre la conciliación de la fe religiosa y la actividad científica? -Yo creo que es importante acabar con el debate que confronta ambos aspectos. Debemos intentar identificar las ideas comunes. Por ejemplo, en cuanto a la genética, leyendo el Antiguo Testamento yo he encontrado puntos en común entre las ideas modernas y las tradicionales. Volviendo a su carrera, ¿por qué se orientó hacia la bioquímica? -Otra vez debo hablar de una casualidad. Iba a estudiar ciencias naturales y en el segundo ciclo tenía que elegir un campo. Me gradué en física y encontré un trabajo en Ginebra dedicado a los electromicroscopios. A través de los microscopios veíamos microorganismos. Así acabé en la biología, y en concreto en la genética. En 1958 recibió una oferta y se fue a California. ¿Encontró diferencias entre la forma de trabajar en Europa y en América? -No, pero debo explicar que tuve la fortuna de trabajar en Suiza en un laboratorio que tenía una clara influencia americana. De hecho, mi profesor había trabajado en California y viajaba allí frecuentemente. Aunque pudo quedarse en Norteamérica, decidió volver a Suiza. ¿Por qué? -Recibí una oferta de Suiza y tenía nostalgia de mi país, mis padres... Además, nunca había considerado la opción de quedarme en Estados Unidos por un plazo largo. ¿Por qué? -No había una razón concreta para evitar quedarme, y no hubiera sido una mala opción, pero con el tiempo he llegado a la conclusión de que acerté al regresar. Y eso que, en contraste con la mayoría de los europeos, yo prefiero el café americano, menos cargado. Al repasar su trayectoria hace mención constante a sus maestros. Parece ser una persona muy agradecida. -Considero que es fundamental encontrar la orientación adecuada y yo he tenido la suerte de encontrar buenos mentores. Me ha ayudado mucho intercambiar información con ellos para mejorar. Como mentor también tiene un recuerdo para sus colaboradores. ¿Establece una buena relación personal con ellos?
-Cuando es posible sí. -Es esencial. Cuanto más impacto tiene la ciencia en la vida diaria de la gente a través de las aplicaciones del conocimiento científico, más importante es comunicarse con la sociedad civil. Y comunicarse no es instruir a la población, sino expresarle nuestro punto de vista intentando integrarlo con las tradiciones sociales para lograr un desarrollo conjunto basado en el diálogo. No es fácil, pero hay que trabajar en ello.
¿Corremos el riesgo de divinizar la ciencia y a los científicos o, cuando menos, de darles excesivo poder? -Los científicos deben reconocer honestamente ante la gente que algunas de sus expectativas no van a poder ser fácilmente resueltas por la ciencia. Por ejemplo, cada vez nos damos cuenta de que los fundamentos de la vida no dependen sólo de un plan estricto y de procesos predecibles, sino que hay muchas variables imprevisibles. Y esto es particularmente esencial en medicina. Se puede intentar prevenir, pero hay muchos procesos que no son programados. ¿Hay algún aspecto de la investigación actual que le disguste o que le preocupe? -En mi campo, que es el de la genética, tengo la confianza de que hay una buena comunicación con la sociedad para controlar las aplicaciones correctas, incluso teniendo en cuenta que hay empresas que buscan un beneficio económico a corto plazo. Pero es que aquí cuenta también lo que Darwin nos enseñó sobre selección natural. Es decir, que no cualquier organismo -sea su origen natural o artificial- va a ser aceptado. La selección natural prevalecerá y hará desaparecer aquellos que no sean apropiados. Como científico ha vivido la sensación de lograr un descubrimiento. ¿Cómo describiría lo que se experimenta en ese momento? -No es un momento, es un proceso, pero te vas planteando preguntas, dudas... y reflexionas y repites el experimento. No aceptas la evidencia en el primer momento, pero cuando contrastas y confirmas que es algo nuevo está el siguiente paso: comunicarlo. ¿Es mucho pedir que me resuma por qué le dieron el Nobel? -Observé que virus que se reproducían en bacterias encontraban barreras para su desarrollo y crecimiento si se les pasaba a otra bacteria. Y cuando se les devolvía a la bacteria de origen tampoco crecían. Pensé que había una modificación genética del virus, pero no en el DNA, sino en una enzima del virus. ¿Qué edad tenía su hija Silvia cuando le contó esto mismo? -Diez años. Cuando me comunicaron la concesión del Nobel, íbamos los dos paseando y me dijo qué podía contestar si el lunes le preguntaban en el colegio por qué me habían dado el premio. Yo se lo expliqué y ella por su cuenta lo transformó en un cuento en el que el rey tenía unos sirvientes con tijeras con las que cortaban a otros reyes que intentaban invadirles. Me encantó y le pedí que lo escribiera. Ahora Silvia es neurobióloga. ¿Le orientó usted? -Alguna influencia habrá, pero ni mi mujer ni yo hemos intentado ejercer presión sobre nuestras hijas. Ellas han optado por caminos distintos. Cuando yo le digo a Silvia que nuestros trabajos no son tan diferentes, me contesta que yo no soy capaz de explicar nada de neurobiología, y tengo que reconocer que es cierto. Mi hija Carolina siempre aseguró que no se dedicaría a nada relacionado con nuestro trabajo o el de su hermana mayor. Ahora está acabando su formación como internista. Si usted empezara ahora, ¿qué campo le atraería? -La microbiología sigue gustándome y queda mucho por hacer, pero también me parece muy interesante la neurobiología. Después de ganar un premio Nobel, ¿qué reto le gustaría alcanzar ahora? -Me gustaría utilizar la influencia que puede darme el premio Nobel para implicarme en la política científica tanto suiza como internacional. Ahora es algo que me interesa más. Me preocupan mucho los aspectos concernientes a la comunicación y la divulgación. Por eso estoy encantado de participar en eventos como el que me ha traído en esta ocasión a España -el congreso Universalia 2003, celebrado en Vitoria-, en el que el mundo de la ciencia se encuentra con la sociedad. ¿Son culpables los científicos de haber estado al margen de la sociedad civil?
-Es difícil culparles, porque en los
últimos siglos han trabajado profundizando en el conocimiento e
interiorizándolo. Su tendencia cuando descubrían algo era encerrarse
más en el trabajo para profundizar en ello. Hace falta un estímulo
para salir de ahí y divulgar el conocimiento y sus aplicaciones. Ese
trabajo es bueno porque además exige una labor de reflexión sobre lo
que se ha hecho. Pero yo entiendo que resulta difícil. Del
científico se espera que aporte nuevos conocimientos, que los
demuestre y que sean útiles para la sociedad. Pero existe una
contradicción, porque un científico joven está tan preocupado por
desarrollar su carrera que no piensa en dedicar su tiempo a la
divulgación. De Werner Arber llama especialmente la atención su amplitud de miras. la curiosidad y la tolerancia con la que estudia el mundo. Lejos del estereotipo de investigador enclaustrado en su laboratorio, él es un hombre de ciencia interesado en la Teología, la política o la comunicación. Un pensador que se coloca frente al microscopio sin prejuicios y con una gran ambición intelectual. Por eso no es de extrañar que haya alcanzado tan buenos resultados. Sus colegas le respetan por su trabajo y le admiran por su forma de ser. Todos destacan que los descubrimientos de Arber tienen valor no sólo por sí mismos, sino por las puertas que han abierto a posteriores hallazgos. Sin embargo, él no se da la menor importancia: es tan accesible que ni siquiera pone un mal gesto cuando el fotógrafo le propone salir a la calle y subirse a un banco para inmortalizarle. Por el contrario, esboza su mejor sonrisa, hacer alarde de una estupenda forma física y se encarama donde le piden. Además del buen carácter, otro punto fuerte de Arber es que transmite la imagen de un hombre feliz con su vida, con su trayectoria profesional y con su familia. Esas vibraciones positivas inundan también sus apreciaciones sobre la aportación que la ciencia puede hacer a la sociedad. Su compromiso con la investigación y con el futuro de la humanidad llega hasta el punto de contemplar como próximo reto la posibilidad de intervenir en política.
Desde luego, de confirmarse
este deseo, sería una incorporación muy valiosa, porque Arber puede
poner sobre la mesa no sólo un currículum científico impresionante.
La política europea ganaría un hombre de diálogo, que se plantea las
grandes preguntas y que escucha y aprende de todos para,
desarrollando su gran capacidad intelectual, aportar interesantes
respuestas. |
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